Las odiosas discriminaciones tras la elección de intendentes. Por  diputado Bernardo Berger Fett

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Este vuelco es un mal favor que reinstala la “ley del embudo” en el hemiciclo. Soy un convencido que no es sano para la democracia que existan goces, privilegios o diferencias en favor de algunos en detrimento de otros

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De dulce y de agraz es el sabor que dejó el resultado de la votación con que la Cámara aprobó en general el proyecto que regula la elección de los Intendentes.

Y es que si bien fue sancionado favorablemente en lo global, algunos de los articulados que eran vertebrales quedaron en el camino en la votación en particular.

En la raya para la suma queda una sensación extraña si se considera que será una herramienta que así como está, democratiza pero no descentraliza. Sin embargo regionalistas como yo la hemos apoyado siempre porque, por poco que sea, al final algo suma a la causa de las regiones.

Eso sí, un factor de preocupación. Aunque pase sus demás etapas –recién finalizó su primer trámite legislativo-, su vigencia dependerá en última instancia del futuro que tenga otro proyecto, de tipo complementario, para el traspaso de las competencias necesarias para ejercer el cargo con mediana propiedad. Y ese proyecto aún está en fase inicial en el Senado. Mientras no esté vigente, la elección de intendentes seguirá siendo no más que un mito.

Fue sorprendente, debo consignarlo, lo errático de ayer tras tres días de debate. Los sectores fraccionados de la Nueva Mayoría que habían manifestado aprehensiones con calculadora en mano -podía resultarles electoralmente inconveniente que se apruebe este año-, y habían asegurado que seguirían comprometidos con las regiones y a no permitir discriminaciones que, al menos a mí, me resultan odiosas.

Sin embargo, fue otra cosa con guitarra en mano, y se ha originado una disparidad de trato para quienes quieran ser intendentes. Alcaldes, concejales, diputados y senadores gozarán de ciertos privilegios que no tendrán otros como consejeros regionales, ministros y demás funcionarios públicos, los que se verán obligados a renunciar un año antes si quieren tener alguna opción.

Este vuelco es un mal favor que reinstala la “ley del embudo” en el hemiciclo. Soy un convencido que no es sano para la democracia que existan goces, privilegios o diferencias en favor de algunos en detrimento de otros, menos en la forma que ha quedado aquí, con plazos y reglas que se aplican de manera dispar.

En este contexto deja de ser importante si la primera elección se hará este año o en cuatro. Debe importar que la ley sea pareja para todos ya que, si no va a descentralizar, al menos que democratice bien, y que lo haga con un real empoderamiento para las regiones a través de autoridades ejecutivas y resolutivas, y no meramente decorativas. Confío que en el Senado puedan corregirse estas odiosas discriminaciones que han ido apareciendo en el camino.

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