Ángel Arroyo fue reconocido entre los diez mejores proyectos de título del concurso Arquitectura Caliente 2018.
Llevar al arquitecto a sectores de la sociedad donde no llegan, es una de las aspiraciones de Ángel Arroyo Aguilar (24 años), profesional de la Universidad Autónoma de Chile, seleccionado entre los 10 mejores proyectos de título de nuestro país en el concurso Arquitectura Caliente 2018.
La iniciativa, a la cual se presentaron 134 proyectos de 25 escuelas, tiene por finalidad -señalan los organizadores- “…difundir la creación arquitectónica desarrollada en la academia con el fin de generar una discusión sobre las temáticas abordadas actualmente en los procesos de taller de arquitectura, junto con visibilizar las formas de titulación de escuelas de arquitectura chilenas”.
El proyecto desarrollado por el arquitecto de la Autónoma, y que tuvo como profesor guía a Carlos García, docente de la Facultad de Arquitectura en Temuco, se denomina “Muelle del cochayuyo” y fue definido por el jurado del concurso como una propuesta “sensible en la problemática y su contexto, en la detección de una necesidad local. Sencillo y humilde en la construcción, centrado en el usuario, se hace cargo de las problemáticas del espacio público”.
Alivianando la carga
El foco de interés de Ángel Arroyo es el rescate y conservación patrimonial, inquietud que afloró tras ganar el 2014 la Beca Santander de la Universidad Autónoma, que lo llevó a perfeccionarse en el Centro Universitario de Artes, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara, México, “un país donde todo es patrimonio”, relata.
De regreso en Temuco, su mirada se posó en una de las tradiciones que aún se mantiene en esta ciudad y que se han perdido en el resto de Chile, asegura: el traslado del cochayuyo en carretas. “Viajan desde las costas Ruca Cura por 5 a 7 días para entrar a la capital de La Araucanía cargados de experiencias y bosques del mar”, como denomina el arquitecto poéticamente al cochayuyo.
Intrigado, viajó al comienzo de la ruta de recolección, la playa Pillico en Tirúa, a unos 130 kilómetros de Temuco, lugar que marca el límite entre las regiones de Biobío y La Araucanía.
En este sitio dos postes abandonados fueron los cimientos de su idea: la construcción de un elevador que funciona con un huinche a motor que permite subir el cochayuyo por una inclinada pendiente y así evitar que los recolectores lo carguen cuesta arriba en sus espaldas. Asimismo, el entramado también sirve para el secado de las algas y como un mirador, que promueve el turismo, poniendo en valor el paisaje y los procesos del oficio. “Proceso que sin el apoyo y ayuda de la familia Meñaco Catrien hubiese sido complejo de realizar” enfatiza el arquitecto.
Actualmente, Ángel Arroyo Aguilar fue invitado a ser docente del Taller 1A1 de Arquitectura de la Autónoma en Temuco, lo que lo tiene muy contento por el desafío que significa compartir con las futuras generaciones su mirada de lo que tiene que ser el ejercicio de la carrera: “Llevar la arquitectura a lugares distantes y experimentar con la materialidad, el construir. Integrando a la comunidad en el desarrollo del proyecto”, señala.
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