El duro Vía Crucis salmonero

En días en que el consumo de pescados y mariscos se incrementarán, Greenpeace destacó las contradicciones que vive el quinto pez preferido de los chilenos: niveles récord de exportaciones el 2018, pero una imagen de responsabilidad medioambiental que se deteriora de manera progresiva debido a los efectos de una especie exótica en nuestros mares, los altos niveles de antibióticos utilizados por las empresas y ahora el intento por ubicarse en las aguas que son la puerta de entrada a la Antártida.

Salmonera ubicada en el seno Skyring, Región de Magallanes. Crédito: Martín Katz / Greenpeace.

Como una oportunidad para pensar también en el “historial” medioambiental de los productos del mar que llegarán hasta las mesas de miles de familias en estos días de Semana Santa, y de manera especial en los salmones, calificó Greenpeace la marcada preferencia que los consumidores tendrán por pescados y mariscos en los próximos días.

En este contexto, en el reporte Chile Saludable, publicado el 2016 por la Fundación Chile, se establece que el consumo per cápita anual de pescados y mariscos en Chile llega a poco más de 13 kilos, muy lejos de los 22 kilos de los peruanos o los 42 de los españoles. Todo, mientras la proyección gubernamental -a través del plan llamado Del Mar a mi Mesa-, es que el consumo nacional se ubique en los 20 kilos anuales para el año 2027.

Asimismo, y de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud (ENS) 2016-2017, apenas el 9,2% de los chilenos cumple con la recomendación de consumir pescado al menos dos veces a la semana. De hecho, la cifra representa un retroceso respecto de la muestra ENS 2009-2010, en que llegó a 10,7%.

Ese mismo estudio señala los pescados preferidos de los chilenos: reineta, atún, merluza y jurel. El salmón solo aparece en el quinto lugar de las preferencias.

De acuerdo con Greenpeace, varios son las consecuencias medioambientales que ha tenido el desarrollo de la industria salmonera en Chile: fugas masivas de peces (con las implicancias que significa la introducción de especies exóticas al ambiente natural), abuso de antibióticos y otras sustancias químicas, acumulación de residuos sólidos y líquidos en el fondo marino y los desechos industriales que las empresas han dejado en los fiordos, como jaulas abandonadas, plásticos, boyas, cabos y otros.

“Muchos consumidores no saben que los salmones son especies exóticas y que conviven de manera artificial en nuestros mares. Y por eso es que los escapes, que pueden llegar a ser de cientos de miles, generan impactos medioambientales tan severos. Y esto tiene que ver con que los salmones entran en competencia con peces nativos por alimentos y por el dominio del hábitat, lo que finalmente se traduce en serias afectaciones a la biodiversidad”, dice Estefanía González, coordinadora del área de océanos en Greenpeace.

Desde la ONG ambientalista resaltaron uno de los problemas sanitarios más desconocidos por los consumidores: la alta tendencia a la aparición y propagación de enfermedades y parásitos, todo derivado, entre otras razones, por las altas densidades de peces enjaulados y las cercanías de los centros del cultivo. Por ello es que la industria debe recurrir al uso masivo e intensivo de antibióticos y antiparasitarios.

En este sentido, la ONG Océana publicó un estudio el 2018 en donde se compara de manera especialmente gráfica esta situación: mientras la industria bovina a nivel mundial usa en promedio 45 gramos de antibióticos al año por tonelada producida, algunas empresas salmoneras en Chile han llegado a usar 950 gramos por tonelada producida de salmón.

Toda esta información, además, ha sido obtenida tras largos procesos judiciales en donde la industria salmonera ha buscado evitar entregar estas cifras de antibióticos usados escudándose en que serían elementos “estratégicos” del negocio.

“Las exportaciones del salmón chilenos alcanzaron más de 5.000 millones de dólares el 2018. Es una cifra récord, pero una cuestión muy distinta es la imagen internacional y de responsabilidad medioambiental que hoy tiene la industria, la cual se ha ido deteriorando de manera progresiva. Todo, coronado con el intento que hoy llevan adelante para instalarse en el Beagle, transformando la salmonicultura en una amenaza de carácter binacional para la Patagonia de Chile y Argentina. Hay que considerar las críticas que enfrentaron hace unos días los reyes de Noruega en este lobby para expandir la industria en las puertas de la Antártida, situación que ha movilizado y generado amplio rechazo ciudadano en la zona de Puerto Williams”, explica Estefanía González.

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