Exalumnos de la Compañía de Jesús solidarizan con víctimas de red pedófila de la Iglesia católica llamando a  que “los árboles no impidan ver el bosque”

Así lo señalaron mediante comunicado público que reproducimos a continuación.

Somos sanmateinos, exalumnos de la Compañía de Jesús de Osorno, que conmovidos encaramos la necesidad moral y deber cristiano de solidarizar públicamente con las víctimas de los crueles y execrables abusos y vejaciones a que fueron presuntamente sometidas por parte de reconocidos sacerdotes jesuitas.

Gran conmoción nos han provocado especialmente los abominables hechos atribuidos y difundidos por la prensa al afamado otrora Capellán del Hogar de Cristo, Padre Renato Poblete Barth, SJ.

Hacemos esta declaración a fin de hacer llegar a los y las afectadas nuestra absoluta empatía y manifestar también nuestro más enérgico rechazo a los miserables e injustificados ultrajes a que habrían sido sometidos, y les instamos, asimismo, a que continúen sin flaquear con las denuncias e indagaciones hasta que la justicia esclarezca los hechos sin importar su deplorable magnitud, con el propósito de resarcir de algún modo el inmenso daño, dolor y sufrimiento que se les ha inferido por quienes habrían asumido el deber de formarlos, cuidarlos y “protegerlos de todo mal, amén”… Y, a la sazón, también se impongan, con justa pero severa misericordia, las sanciones penales y civiles que corresponda, pues “sólo la verdad nos hará libres”(Juan 8:31-32). 

En ese sentido nos interesa muchísimo que se haga luz acerca de las repudiables conductas imputadas, porque de ser verdaderas tales aberraciones, entonces, los Poblete, los Eugenio Valenzuela, los Leonel Ibacache, Juan Miguel Leturia y Jaime Guzmán…habrían cometido verdaderos sacrilegios, cuya magnitud enloda, indudablemente,  a toda la Compañía de Jesús, llenándonos de estupor, tristeza, vergüenza y rabia.  

Sin embargo, al mismo tiempo, no podemos  dejar de sentir orgullo por la formación ignaciana que recibimos, trasuntada en la frase: “Entramos para aprender; salimos para servir”.  Sin lugar a dudas,  fuimos y seremos depositarios y beneficiarios privilegiados de la dedicación, conocimientos, sabiduría y cariño que auténticamente nos brindaron  y recibimos de aquellos curas ignacianos que sí supieron “realizar en nosotros esa obra sagrada” que es educar, mayoritariamente a niños y jóvenes de escasos recursos económicos, con abnegación y entrega dignas de verdaderos apóstoles que encarnaron el amor predicado por Jesucristo.

Nada más lejano a las nefastas conductas que se adjudican a aquellos clérigos indignos que no pudieron ni supieron estar a la altura del divino llamado a cuidar con esmero y dedicación  esas almitas en formación que le fueron encomendadas; como sí, en cambio, lo hicieron, inspirados por la amistad y la presencia de monseñor Francisco Valdés Subercaseaux,  sacerdotes venidos desde “la Tierra de María” (Maryland, USA), cuales son: Bernard Boyle, Franck Kownaki, Gene, Barber, el padre Laighle, junto a los inolvidables “First Fathers”, Frank Nugent, John Henry, Henri Haske, Jim Mac Namara y Joe O’Neil.

Por lo tanto, al tiempo que repudiamos a aquellos  que nos recuerdan que el ser humano de carne, huesos y pelos, que somos todos, puede y podemos caer en maldad; no podemos  dejar de distinguir  y rememorar a estos otros que también existieron, existen y existirán por siempre en nosotros por su estatura moral, su envergadura espiritual, su tremenda capacidad para hacer el bien, de tal suerte que, en definitiva, ambos en su conjunto, nos revelen el anverso y reverso de nuestra condición humana de  ángeles caídos… y que, por eso mismo, hoy más que nunca  en medio de la turbulencia, de la niebla y del desaliento, hagamos que la memoria y el recuerdo de estos últimos nos devuelva, aunque sea un poco, la esperanza en el ser humano.

Algo así, como lo que con  lúcida profundidad, sabiduría y oficio escribió a un lustro de terminada la Segunda Guerra, el pensador argentino, Ernesto Sábato, al final de su ensayo “Hombres y Engranajes”: “Todo el horror de los siglos pasados y presentes en la larga y difícil historia del hombre es inexistente además para cada niño que nace y para cada joven que comienza a creer. Cada esperanza de cada joven es nueva —felizmente—, porque el dolor no se sufre sino en carne propia. Esa cándida esperanza se va manchando, es cierto, deteriorando míseramente, convirtiéndose las más de las veces en un trapo sucio, que finalmente se arroja con asco. Pero lo admirable es que el hombre siga luchando a pesar de todo y que, desilusionado o triste, cansado o enfermo, siga trazando caminos, arando la tierra, luchando contra los elementos y hasta creando obras de belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil. Esto debería bastar para probarnos que el mundo tiene algún misterioso sentido y para convencernos de que, aunque mortales y perversos, los hombres podemos alcanzar de algún modo la grandeza y la eternidad. Y que, si es cierto que Satanás es el amo de la tierra, en alguna parte del cielo o en algún rincón de nuestro ser reside un Espíritu Divino que incesantemente lucha contra él, para levantarnos una y otra vez sobre el barro de nuestra desesperación”.

Firmamos en apoyo a este documento:

Juan Carlos Velásquez, C.I. N°8.794.406-9,  Promoción 1980 – Arturo Guzmán, C.I. 8.627.543-0,  Promoción 1979 – Enrique Moreira Castro C.I 8.619.734-0 ,Promoción 1980 – Juan Eduardo Fröhlich Cárdenas C.I 8.080.234-K, Promoción 1980 – Juan Herrera Barría  C.I 7.978.985-2, Profesor San Mateo – Juan Antonio Marcos Silva C.I 9.453.497-6, Promoción 1980 – Jorge Luis Triviño Alarcón C.I 9.453.496-8, Promoción 1980 – Jorge Bobadilla Martínez   C.I 9.227.220-6, Promoción 1980 – uis Enrique Cepeda Vera C.I 8.845.175-9. Promoción 1980 – Pablo Guarda Cancino C.I  9.460.043-K, Promoción 1980

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